TEXTO LEÍDO EN LAS PRESENTACIONES
MEMORIAS DE UNA ISLA SIN MEMORIA
La memoria es un apéndice que sale de nuestra cabeza como si fuera una coleta recogida en una mujer un tanto coqueta, puesto que es altanera en la confianza, pero discreta con lo desconocido. Cuando quiere identificarnos saca toda su sabiduría, se retrotrae hasta el momento más insospechado y como un mago extrae, ¡oh, sorpresa!, su conejito de no se sabe dónde.
La memoria está amparada por nosotros cuando nos interesa, cuando nos beneficia individualmente, y expurgada cuando nos pervierte nuestra conciencia tranquila. Así se convierte en una amiga fiel que nos defiende de los ataques feroces de otros o se maquilla de nuestro fantasma más terrorífico cuando no nos permite olvidar lo innombrable.
La memoria colectiva es un cúmulo de joyas y deshechos que va amontonando una comunidad para reconocerse a sí misma, quizás sea el libro sagrado que va escribiendo cada pueblo capítulo a capítulo sin un final preparado de antemano. Sin embargo, la memoria colectiva, como la individual, nunca justifica nuestros actos ni nuestras palabras, sino que descubre como una radiografía o como un holograma nuestras vanidades, nuestras obras más gloriosas y también nuestros cadáveres que yacen a ambos lados de un camino perdido. La conciencia no soporta esta desfachatez, este resonado eco que siega la gloriosa virtud del pueblo orgulloso, entonces acumula tierra sobre los pozos de la muerte para tapar lo que la naturaleza expone sin rencor, nuestra maldad.
Arrinconamos la memoria individual en el subconsciente, en el desierto más lejano para que las tempestades de arena vayan recomponiendo las dunas del tiempo. Ahora, entonces, podemos vivir con satisfacción nuestro presente y nuestro futuro. La memoria colectiva supone la confluencia de todas esas malparidas memorias individuales que a través de unos cuantos deciden lo que pertenece a su pueblo y lo que se perdió en la travesía del desierto.
Este libro indaga en la memoria individual de unos personajes para limpiar el paisaje de una isla que quiere fosilizarse entre dunas y amordazar la verdad en oscuros hipogeos.
Vaya por ellos, por mi Lucía, por los desaparecidos y por los que lucharon contra el imperio de las armas.
Agustín Carlos Barruz